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Opinión: Carta de un católico, por Renzo Munita Marambio

Diario Concepción, 7 de julio 2018.
Carta de un católico

Señor Director:

Frente a los acontecimientos de las últimas semanas, meses y también años, la Iglesia Católica, como nunca en toda la vida republicana de nuestro país, ha sido cuestionada. Los reproches son fundados: el abuso cometido a indefensos, la impunidad de los culpables, el silencio cómplice de las altas dignidades, y la prescripción, son los pilares de este lamentable cuadro. La representación es dantesca, los pinceles no son otros que el dolor, la impotencia, el abandono, el engaño, y la pérdida de Fe.

Frente a este escenario nos situamos quienes hoy queremos – no nos resignamos, sino que queremos – seguir siendo católicos. ¡Qué paradoja! Sabemos que nadie nos increpará por dar un paso al costado, muy por el contrario, a la luz de los acontecimientos humanamente pareciera ser lo más sensato. Sin embargo, no participamos de aquella determinación. Es más, nos resistimos a ella. El desafío es ambicioso, parece imposible.

El ambiente, con justa razón, nos impulsa a retroceder y a silenciarnos. ¿Qué hacer, qué actitud adoptar, cómo reaccionar? Parecieran ser las preguntas que caben formularse. Y la verdad de las cosas, es que debemos buscar las respuestas en nuestra experiencia de vida y en nuestro interior. En este sentido, con seguridad y a pesar de nuestras miserias, conocemos personas que para nosotros han sido inspiración en este camino por el catolicismo, que han sido testigos confiables en nuestra vida de Fe, en quienes hemos buscado consejo.

Personas a través de las cuales hemos escuchado, nosotros también, el ven y sígueme del Nazareno. Para muchos ha sido nuestra madre, para otros un amigo, un santo sacerdote quizás también, por qué no. Y es que la evidencia de Jesús no puede confundirse con la desazón que todos experimentamos frente a las figuras delictuales de los últimos días.

Imbuidos de esta realidad hay muchos en el mundo entero dispuestos a entregarse completamente, a renunciar a sí mismos por otros, a encarnar los valores que nos propone el Evangelio y que reconocen en la Iglesia Católica, la Iglesia instituida por Cristo; la misma que se ocupara ayer y que se ocupa hoy – no lo olvidemos – de llevar un mensaje de esperanza, de alegría y de optimismo por los cinco continentes. La misma que hoy parece invisible frente a los horrores que hemos presenciado, pero que si buscamos bien sigue ahí, existe, es real.

Entonces, hoy más que nunca debemos asumir nuestro lugar, levantar a quien sufre, ayudar al desvalido, mostrar a Jesús a los abusados, comunicarles que la Iglesia no es indolencia ni encubrimiento, sino que fraternidad, comunidad, amistad, sacrificio y resurrección.

 

Renzo Munita Marambio

Docente Facultad de Derecho UDD