Raul F. Campusano
Director de Postgrado
Profesor de Derecho Internacional Público y Privado de la Facultad de Derecho UDD.
Perplejos han quedado muchos con la Encíclica Laudato Si, que el Vaticano ha dado a conocer recientemente y que tiene como tema el medio ambiente, o cuidado de la casa común. Perplejos al observar que este nuevo Papa acoge la reflexión ambiental como no lo había hecho nadie en la historia de la institución vaticana. No deja de parecer significativo que Jorge Bergoglio señalara, en su momento, que había elegido el nombre Francisco por Francesco d’Assisi, argumentablemente el rostro ambiental de la iglesia católica.
Perplejos deben haber quedado los teólogos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, custodios de la doctrina católica y que se ven enfrentados a intentar conciliar este acercamiento a lo ecológico con el mandato a dominar la tierra y todo lo que señala el libro del Génesis y que ha separado por un par de milenios, alma y cuerpo, espíritu y naturaleza, ciencia y fe. Una cosa es decir que los relatos del Génesis usan lenguaje simbólico y narrativo (que es un reconocimiento más bien reciente) y otra dejar de ver lo que dice textualmente.
Perplejos deben estar todos aquellos que niegan la realidad del cambio climático ya que éste, no solo es reconocido como una realidad, sino que también se presentan concretas líneas de acción para enfrentarlo (dice el texto que el cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad). Perplejos deben estar los ambientalistas que, posiblemente, no esperaban este apoyo de la iglesia católica.
Perplejo debe haber quedado Jeb Bush, quien declaró que “espero que el cura de mi parroquia no me castigue por decir esto, pero no tomo mis políticas económicas de mis obispos, cardenales o de mi Papa.» De esta forma, el candidato republicano recoge la inquietud y rechazo con que algunos han recibido esta aproximación vaticana al tema ambiental. Perplejo también debe haber quedado el analista de la cadena norteamericana Fox News, Greg Gutfeld, que llamó a Francisco «la persona más peligrosa del mundo» por señalar que el cambio climático es un problema real.
Perplejos deben estar algunos profesores de derecho de aguas de nuestras universidades (dice el texto: mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal). Perpleja debe haber estado la activista social Naomi Klein cuando leyó el texto y coincidió con el análisis económico que allí se presenta, y más perpleja cuando fue llamada por Francisco para participar en una conferencia de alto nivel entre científicos, activistas y gente de la iglesia para discutir un plan de acción respecto del cambio climático.
Perplejo debe haber quedado el teólogo de la liberación Leonardo Boff, cuando fue consultado por Francisco respecto de la Encíclica que estaba escribiendo y le pidió materiales sobre el tema ecológico. Perplejos deben haber quedado también los miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que tiempo atrás lo habían condenado al silencio, a dejar de enseñar, y finalmente empujado a abandonar su calidad de sacerdote franciscano (nuevamente aparece Francesco d’Assisi). Boff ha llegado a decir que esta encíclica era la carta magna de la ecología integral.
Perplejos deben estar aquellos que siempre han postulado la separación entre las cosas de este mundo y las cosas de la fe (al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios) al leer que “un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.” Y también que “mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente.”
Perplejos deben estar aquellos que pensaron siempre en una visión antropocéntrica de la iglesia frente al tema ecológico, al encontrarse con líneas como “el gemido de la hermana tierra”, o “por la hermana nuestra madre tierra”, o que “en cada criatura habita su Espíritu vivificante que nos llama a una relación con él”, o que “todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde.”
Perplejos deben haber quedados muchos miembros de la comunidad científica y de organizaciones espirituales al escuchar este llamado que no siempre fue el llamado de la iglesia: “Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado.”
En fin, este documento, dirigido a todas las personas de buena voluntad, provoca perplejidad y también es una invitación a la reflexión, al debate y, tal vez, a la esperanza sobre nuestra casa común.