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El Mundo de Ayer. Memorias de un europeo, de Stefan Zweig

(Traducción de J. Fontcuberta, Acantilado, Barcelona, 2002)

el mundo de ayerLa editorial española Acantilado ha editado  en los últimos años las obras del novelista y crítico austríaco Stefan Zweig, una de las más celebradas plumas de la primera mitad del siglo XX.

Zweig es de esos pocos escritores que seducen con la inteligencia. Es de aquellos que poseen el arte tan poco frecuente de traslucir a través de las palabras la policromía infinita del alma humana y de sus proyecciones sociales, sin mediaciones de sistemas ideológicos, movido con una temperada y precisa capacidad de observación. Es lo que traza, sin ir más lejos, en “María Antonieta” o en “Fouché”.

Aparte de su talento, es la profundidad de la mirada y la amplísima cultura lo que hacen de Zweig un literato prominente. Lo convierten en todo un maestro de la palabra. Las carga de sutileza para decir las cosas más fuertes; las matiza con elegancia incluso para describir las situaciones más vulgares. Las ideas fluyen como un torrente pero se leen en fórmulas leves y sintéticas. Los hechos se vuelven realidad en una prosa directa y vívida. Después de leer a Zweig dan ganas de llorar ante la composición pedestre de tanto  escritor contemporáneo.

Quien quiera convencerse de esto puede sumergirse con facilidad en El Mundo de Ayer. Memorias de un europeo (Die Welt von Gestern, en su título original, publicado por primera vez en 1942), que reseñamos aquí.

Más que una autobiografía, se trata del testimonio de época descrito a modo singular y personal por un testigo privilegiado. Época terrible para Europa y la Humanidad, que va desde la Belle Époque hasta los inicios de la Segunda Guerra Mundial.

No puedo contar “mi vida”, exclama el autor, sino mis “varias vidas”, pues tales son los singulares espacios de tiempo que marcan la Belle Époque, la Gran Guerra, el derrumbe del Imperio Austro-Húngaro y de los grandes imperios cristianos, la recomposición democratista del mapa europeo, el mundo de entre-guerras y la Segunda Guerra Mundial. Cada uno de estos espacios cobra un sentido de historia disímil, a veces incluso opuesto, que el autor ha vivido, ha sufrido, y se ha conmovido.

Lo que más impresiona a Zweig es el paso de la Belle Époque, signada por la vivencia de la seguridad de vida, con la alegría de su ornamentación, con la pujanza económica burguesa y la satisfacción social, al horror de la Gran Guerra, con su sacrificio inútil de vida y de bienes, impresionante hoyo negro donde se disolvió el patrimonio espiritual y ambiental de la vieja Europa. Patrimonio, destaca el autor, solo susceptible de ser captado en su entera dimensión por las generaciones que lo conocieron. La luz de París y de Viena se extingue.

No es, sin embargo, una apología la que hace Zweig del pasado europeo. El Zweig progresista de las ideas juzga siempre anticuadas y perjudiciales para el progreso los valores conservadores en materia de moral sexual o familiar. Pero el Zweig de los ideales llora a reglón seguido su pérdida, preocupado por su consecuencia: el avance del desarraigo y la deshumanización que toca a su puerta en el horizonte.

De ahí su oposición al mundo puramente utilitario que ve levantarse tras la guerra y su nostalgia inconfesada pero reconocible hacia la grandeza patriarcal, protectora y unificadora de la Austria imperial. Notable a este respecto su última mirada –la de despedida- del emperador Carlos en su partida al exilio. Con él muere la gran Austria, y pervive la Austria que sueña con el pasado, que será la Austria moderna, un país obligado a vivir sin su vocación.

Su esperanza renace, sin embargo, a nivel cosmopolita con las expectativas de la paz y la relativa normalización económica, quebrada pronto con el fracaso de la economía liberal y la democracia representativa. Los hombres se preparan para un nuevo enfrentamiento más mortífero aún. Es el odio convertido en sistema político que desembocará en la Segunda Guerra. Por culpa del nazismo. Por defección de los que estaban llamados a resistir. Gracias al Pacto de Munich la hecatombe ya prevista y previsible está ante los ojos de todos, pero nadie, o casi nadie, se da cuenta. Hasta que la Segunda Guerra Mundial estalla. Es el avance tan insolente como arrollador del exterminio. El humanismo se muere.

Zweig no vivió el desenlace. No pudo vivir en paz con tamaño horizonte. A lo largo de su vida resistió en carne propia demasiadas furias (que en su percepción me imagino que tenían el mismo rol que las Furiae o Dirae de la mitología romana). La última, la furia del nazismo contra los judíos, lo doblegó, pues él era un ilustre hijo del pueblo hebreo, anclado, sin embargo, en sueños cosmopolitas solo realizables en los libres y amplios espacios de la literatura y de la música muy especialmente. Todo el mundo conoce su trágica muerte, exiliado en Petrópolis, Brasil, junto a su mujer.

Zweig nos adentra en el mundo de ayer no al modo del historiador que maneja cifras y datos secos, sino a la manera de un testigo que conoció a fondo a sus contemporáneos, que puede hablar no solo de los hechos sino también de las impresiones, sentimientos, pasiones e ideales que despertaron. A partir del perfil sicológico de una galería bien seleccionada de personajes históricos, en correlación con escenas cotidianas de ciudadanos comunes, retrata el alma de toda una época, de todo un pueblo, o de regiones de él. Prusia, Baviera o Austria; París, Londres, Viena o Salzburgo, en sus respectivas identidades.

A través de la descripción bien observada de una escena histórica, Zweig identifica las tendencias emocionales, morales y políticas de la sociedad. En este sentido, resulta conmovedor su vivencia de la grandeza de Austria a través de su canto de cisne de la Bella Epoque, o los momentos de absurdo optimismo de la misma antes de la Gran Guerra, sentimiento compartido por todas las naciones beligerantes, que mientras se enrolaban pensaban que sería cosa de pocos meses. Los soldados estarían de vuelta a casa antes de Navidad….

El Mundo de Ayer se termina con una sensación desconcertante: nostalgia para con un mundo que se ha perdido pero que no se ha vivido. Y advertencia de que el progreso técnico no corre en paralelo con el progreso moral, y que la historia puede volver a repetirse. Sin duda, un libro recomendable.

 

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Por, Julio Alvear Téllez

Director de Dirección de Investigación Facultad de Derecho UDD