Parlamentarios han advertido que si el Tribunal Constitucional objeta el proyecto de educación superior de la ex Presidenta Bachelet, entonces no apoyarán los proyectos de ley del actual gobierno. ¿Debe el Tribunal Constitucional inhibirse de actuar, cesar en sus funciones, cuando a un grupo político no le guste alguna de sus sentencias? ¿Y si, después, no le gusta ninguna? ¿Y si, ulteriormente, le incomodan los fallos de la Corte Suprema? ¿O los dictámenes de la Contraloría?…El camino que están siguiendo estos parlamentarios está vedado en cualquier democracia del mundo desarrollado.
Un pasaje hacia la república bananera, una invitación al desguace institucional.
Porque si un sector político, inserto en un órgano del Estado (Parlamento), presiona para que otro órgano del Estado (TC) se someta a sus pretensiones, ¿por qué no pueden hacer lo mismo los otros sectores políticos? Y así, sucesivamente, en un enjambre de “tira y afloja” se pueden entregar las instituciones de la democracia al más hábil postor.
La ganancia partidista inmediata a costa de la institucionalidad republicana.
La caída libre de las democracias latinoamericanas. Por eso, resulta incomprensible que un grupo de parlamentarios desconozca el orden constitucional, presionando al Ejecutivo para que a su vez se inmiscuya en labores propias y exclusivas del Tribunal Constitucional. La situación descrita es grave, y en su lógica, atenta contra los principios más elementales de la democracia constitucional.
La única hipótesis plausible es que cada órgano del Estado -partiendo por el Tribunal Constitucional- ejerza las competencias que le fueron entregadas con autonomía.
Es la vieja doctrina de la separación de poderes.
La misma idea recoge la Constitución norteamericana y su famoso principio de los “checks and balances”, recogido y aplicado por todas las Constituciones democráticas.
Idea tan relevante que Hamilton hacía de ella un principio crucial para el gobierno republicano y para frenar sus abusos (El Federalista N° 9).
Mientras Madison advertía que desconocer el principio de separación de poderes era el germen (o el camino) de la tiranía (El Federalista N° 47). Que no nos hablen, entonces, de democracia quienes quieren utilizar el poder saltándose sus controles.
Eso es, insistimos, desguace institucional.