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Opinión: La devaluación de la propiedad, por Julio Alvear

Columna de Análisis Jurídico del Dr. Julio Alvear, Director de Investigación y Director del Centro de Justicia Constitucional de la Facultad de Derecho,  Publicada el jueves 18 de marzo 2021 en El Mercurio Legal.

«…Ciertas corrientes piensan que para alejarse completamente de la Constitución de 1980 es necesario debilitar el derecho de propiedad. No aciertan a desligar la práctica económica que dicen atacar (el ‘neoliberalismo’) del instituto jurídico de la propiedad. Los creen inevitablemente compenetrados (…), desconocen la doctrina y la terminología jurídica clásica, que han tratado, con precisión, sus fundamentos y los problemas que acarrea su ejercicio…»

En el proceso constituyente que se avecina sobrevendrán discusiones inevitables sobre la propiedad privada y el rol que juega en nuestra sociedad.

Ciertas corrientes piensan que para alejarse completamente de la Constitución de 1980 es necesario debilitar el derecho de propiedad. No aciertan a desligar la práctica económica que dicen atacar (el “neoliberalismo”) del instituto jurídico de la propiedad. Los creen inevitablemente compenetrados.

En esta operación, desconocen completamente la doctrina y la terminología jurídica clásica, que han tratado, con precisión, los fundamentos de la propiedad y los problemas que acarrea su ejercicio (desde los alcances de la función social, pasando por el justo precio, hasta los deberes —¿jurídicos o también morales?— del capital respecto del trabajo). En la faceta propositiva son confusos y ambiguos, y no miden las consecuencias económicas, sociales y políticas que supone el debilitamiento de la propiedad.

Las corrientes que en Chile pugnan por el debilitamiento de la propiedad podrían ser clasificadas en tres categorías. La primera se puede aproximar al “socialismo utópico”, aquel socialismo romántico que durante el siglo XIX (y aún antes) soñó con un mundo donde no existiera la desigualdad entre los hombres. Y como la propiedad privada era la gran generadora de la desigualdad material, los teóricos imaginaron diversas formas colectivas en que esta no tuviera protagonismo. Podemos recordar algunos de los nombres más conocidos: Robert Owen, Henri de Saint-Simon, Charles Fourier, Étienne Cabet, Pierre-Joseph Proudhon. Muchos de sus seguidores realizaron diversos experimentos, todos fracasados cuando se enfrentaron a la realidad (vr. gr., los falansterios de Oliveira y Palmitar, entre tantos otros).

La segunda corriente replica con mayor o menor apego el relato del marxismo. El repudio al sistema capitalista es de sobra conocido. En su desarrollo ideológico Marx inició su crítica proponiendo la abolición de la propiedad privada; luego proyectó sus dardos hacia la burguesía, concebida, por definición, como clase social explotadora; finalmente, hizo del capitalismo su enemigo, concibiéndolo como sistema mundial de producción, explotación, enajenación y dominación.

La dialéctica marxista supera en mucho la mera reacción a los abusos que se imputan al liberalismo capitalista. Es algo más profundo. Supone una filosofía gnóstica, materialista, atea e igualitaria. La abolición de la propiedad privada es una de las armas de algo más amplio, la Revolución, a través de la cual se pretende crear un “hombre nuevo” para una “sociedad nueva”, como apuntaba el Che Guevara en un célebre discurso.

De ahí las palabras con que Engels definió a su colega: “Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella (…), tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento” (Discurso en el cementerio de Highgate, Londres, 17 de marzo de 1883, en la tumba de Marx).

Bajo este paraguas, la Unión Soviética experimentó diversos sistemas. Célebres fueron los soljoses y los koljoses (algo más moderados), con su manto de represión y miseria. Algunos en Chile no están lejos de propugnar estos colectivismos “consejistas”.

Una tercera categoría. La más actual. Las corrientes posmarxistas que llegan hasta nuestros días han buscado incesantemente nuevos sujetos revolucionarios (“adiós al proletariado”, decía Andre Gorz), a fin de obtener la explosión de las “contradicciones” de la sociedad actual, con el mismo desprecio por la propiedad privada. Han abierto el paso al anarcocomunismo, al socialismo libertario, al marxismo autónomo, al chavismo, a la revolución molecular, a nuevas formas de situacionismo.

Algunas tendencias cuentan con articulación política a través de diversas organizaciones transnacionales, como el Grupo de Puebla o la Progressive International, y se enquistan en la academia, los grandes medios de comunicación social, las organizaciones de derechos humanos y diversas organizaciones del Estado.

Nos encontramos frente a movimientos diversos donde la ausencia de respeto a la propiedad es más una actitud que un sistema teórico. La antipatía respecto de este instituto, en cuanto base de la desigualdad socio-económica, se integra, de un modo más o menos confuso, dentro de otros objetivos más universales. No hay que olvidar, sin embargo, que el mundo que les rodea es aquel que durante décadas despersonalizó la propiedad, exaltó su pura materialidad destruyendo su arraigo o sus vínculos afectivos y espirituales, volvió equivalente “privado” y “privativo”, y creó abusos difíciles de sobrellevar.

Es temprano todavía para estudiar hacia dónde desembocará la tercera corriente. Lo que está claro es que fenómenos como el daño a la propiedad como método de lucha política, la reversión en favor de sectores “históricamente discriminados”, o el despojo a cara descubierta se vuelven escenarios bastante factibles.

Volviendo al ámbito constitucional, no hay que olvidar que, a veces, una pequeña (en apariencia) modificación puede desquiciar no solo el ejercicio sino también la titularidad de la propiedad. Piénsese en la Ley Nº 16.615, que reformó el art. 10 Nº 10 de la Constitución de 1925 en tiempos de Frei Montalva. La consecuente expoliación del agro chileno, de la industria y del comercio fueron los pasos sucesivos que nos llevaron al desastre.

Y pensar que la solución a nuestros problemas en torno a la propiedad es tan simple. Como decía el filósofo español Rafael Gambra, los males de la propiedad, con más propiedad (su difusión) se curan.