Columna de opinión publicada el pasado martes 15 de septiembre en el Diario La Segunda.
Hace un par de días, leyendo un libro del argentino Martín Litwak, me encontré con un ejemplo que, creo, refleja un poco lo que está pasando con el proyecto de impuesto a “grandes” patrimonios. El ejemplo señala: había diez amigos que se juntaban todas las semanas en un bar a comer y tomar cerveza, con una cuenta de unos $100. Para ahorrarse problemas, ya que no consumían lo mismo, decidieron pagarla en relación a sus patrimonios personales; así los cuatro primeros no pagaban nada, el siguiente pagaba $1, el siguiente $3, el siguiente $7, el siguiente $12, el penúltimo $18 y el último pagaba $59.
Un día el dueño del local les dijo que, por ser buenos clientes, les iba a hacer una rebaja: la cuenta iba a ser de $80, lo cual puso a todos muy felices. Pero habían sumado un problema: cómo distribuirían esta rebaja.
Concluyeron que lo más justo era rebajar proporcionalmente a lo que pagaban; así, el que pagaba $1 ahora no pagaba, el que pagaba $3 pasó a pagar $2 y así, sucesivamente, hasta que el que pagaba $59 pasaría a pagar $50.
Supuestamente todos estaban en una mejor situación. Pero al salir del bar, el grupo comenzó a discutir: el que pasó a pagar $0 reclamó que el nuevo trato era injusto porque él solo se benefició con $1, mientras el que más pagaba se benefició con $9. Otro que se benefició con $2 dijo que era indebido que el otro tuviera un beneficio de más de $4 veces que él. Los que no pagaban nada reclamaron que ellos no recibían ningún beneficio y que el sistema no solo favorecía a los ricos, sino que explotaba a los pobres. Los ánimos se caldearon y entre nueve integrantes del grupo le dieron una paliza al que más pagaba, el cual lógicamente no fue más al bar.
A la semana siguiente, los nueve restantes volvieron a comer y tomar felices celebrando que ahora el sistema era justo, pero, al pagar, se dieron cuenta de que no les alcanzaba el dinero.
Este caso hipotético ejemplifica lo que pasa en Chile. Le estamos pegando a algunos a través de, por ejemplo, este impuesto a las grandes fortunas, pero nadie está obligado a quedarse en un lugar en que lo tratan con la punta del zapato. Si seguimos así va a pasar lo que ha pasado en otros países: los llamados “súper ricos” se van a ir a residir a países en que los traten mejor, y a nosotros no nos va a alcanzar para pagar la cuenta.