Señor Director:
Acaba de dejarnos don Arturo Aylwin Azócar, abogado, profesor universitario, ex fiscal y contralor general de la República. Mucho se podría decir respecto del legado que deja un hombre de excepción, pero intentaré rendirle un homenaje a quien fuera mi profesor de Derecho Administrativo en la Pontificia Universidad Católica de Chile, desde una de las facetas que caracterizaron su fecunda vida.
En tiempos en que los estudios del Derecho, al menos en mi Facultad, estaban fuertemente orientados al ejercicio privado de la profesión, don Arturo nos mostró, en sus clases, el mundo desafiante del servicio público. Mientras estudiábamos con él los fundamentos del acto administrativo, se iba reafirmando, en muchos de nosotros, la convicción de la importancia del control del poder del Estado. Si a ello unimos el principio de responsabilidad en los actos de los órganos del mismo, podemos apreciar que nuestro profesor nos estaba mostrando el corazón mismo del Estado de Derecho.
Fui una de sus exalumnas que escogieron dedicarse al Derecho Público, influida por él y por otros grandes maestros. Pero además tengo el orgullo de haberme desempeñado como abogada de la División de Municipalidades de la Contraloría General de la República gracias a su convincente invitación en plena calle Teatinos cuando recién iniciaba mi carrera profesional. “La Contraloría es una gran escuela para un abogado”, me dijo, y así lo he comprobado a lo largo de toda mi vida.
Como fiscal, y luego contralor general de la República, fue un abogado riguroso en los principios y en las formas. Propició, además, una interpretación finalista de las normas de Derecho Público que da cuenta de su afán por aplicar la verdad y la justicia como valores preeminentes. Que descanse en paz don Arturo, por su increíble vida dedicada al servicio público y a formar decenas de generaciones de abogados que llevamos su impronta en nuestro propio ejercicio profesional.
Fuente: El Mercurio