Publicada el Domingo 12 de marzo del 2023, en el Libero
La primavera árabe tiene bastante en común con las revueltas ocurridas en Chile desde octubre de 2019. El descontento de la clase media, frente a una calidad de vida insuficiente; las consignas de los manifestantes del tipo “Egipto despertó”, “fuera Mubarak”; conflictos étnicos e identitarios utilizados para obtener mayor apoyo de la gente; uso y abuso de redes sociales; etc.
Sin embargo, las consecuencias de ambos eventos son, hasta ahora, distintas. En la mayoría de los países árabes los presidentes dejaron sus cargos, dando paso al caos que acarrea toda lucha que busca derribar el régimen político imperante. Aunque es válida la pregunta de si la primavera árabe fue un fracaso o no, al menos el objetivo final de quienes salieron entre los años 2010 y 2012 a manifestarse parece no haberse cumplido. Han pasado más de diez años, y no hay avances reales en diálogo, entendimiento, democracia y derechos humanos, entre otros.
Por su parte, en nuestro país la situación ha resultado ser diferente. La intensidad de las manifestaciones disminuyó rápidamente (aunque quizás debemos agradecerle esa consecuencia a la pandemia). Esto permitió al Presidente Pñera terminar su período de manera normal, y nos aventuramos en un proceso constituyente para dar inicio a una nueva era, de la mano del Presidente Boric.
El hecho de que los políticos hayan sido capaces de firmar el famoso Acuerdo por la Paz en noviembre de 2019, contribuyó fuertemente a que el desenlace de nuestro caso se aleje de los resultados de la primavera árabe. Nada ni remotamente parecido a este Acuerdo ocurrió en aquellos países.
De manera inteligente y estratégica, Chile fue capaz de trasladar la trinchera de la calle a la Convención Constitucional, y eso trajo algo de paz, y también, esperanza. Esto es un triunfo de la democracia, aunque en un principio no todos lo hayamos sentido así.
No obstante, vientos refundacionales dominaron el ambiente. Lamentablemente, aires de grandeza y ansias de poder se tomaron parte importante de la Convención Constitucional. Como sabemos, el primer proyecto de nueva Constitución no convenció a la mayoría de los chilenos, quienes cumplieron con su derecho/deber cívico, con voto obligatorio de por medio. El rechazo del pasado septiembre llevó a los distintos sectores políticos a diseñar un nuevo proceso constitucional, el que ya se encuentra en marcha.
El objetivo final no ha cambiado. Seguimos intentando darle a Chile una nueva Constitución, una que represente lugares comunes para todos los ciudadanos, y que sea capaz de respetar las diferencias que, ciertamente, existen entre nosotros.
Y sí, en estos tres años y medio hemos tenido que hacer frente a la incertidumbre, a la inflación, los ataques en la Macrozona Sur han ido en aumento, la migración se ha vuelto un fuerte dolor de cabeza, entre otras cosas. Las encuestas reflejan pesimismo en la población. No son pocos los que perciben que antes estábamos mejor.
Pero bueno, los cambios implican sufrimiento, y eso es algo propio de la naturaleza humana. Dolor, ansiedad, pasión, amor y miedo nos recuerdan que estamos vivos, y que somos tan capaces de destruir como de construir.
Lo importante es que, a pesar de todo lo que hemos vivido, el país sigue avanzando en esta idea de contar con una nueva Constitución. Hace unos días comenzó a trabajar la Comisión Experta que tiene por misión redactar un proyecto base para el Consejo Constitucional. La instalación de la Comisión aumentó nuestra esperanza, al ver representados elementos propios de las sociedades modernas y civilizadas, tales como respeto, nobleza y tolerancia. Todos estos valores han predominado frente a aquellos que promueven la revolución.
Así, esta nueva etapa del proceso constituyente nos da confianza. Aumentan las posibilidades de que este recorrido no sea en vano, para que podamos avanzar hacia mejor calidad de vida, mayor inclusión, menos abusos de quienes detentan cualquier tipo de poder (político, económico, religioso, etc.), pero sin necesidad de terminar violentamente con todo lo que por generaciones y generaciones se ha ido construyendo.
Sin embargo, el fantasma del fracaso de la primavera árabe ronda silencioso. Este hecho histórico nos obliga a trabajar por Chile mientras avanza el proceso constitucional. El país necesita controlar la inflación, la delincuencia, la migración, los abusos de poder. También es fundamental mejorar los indicadores de bienestar económico y social. Por esto, con o sin reforma tributaria de por medio, las demandas prioritarias, tales como orden, seguridad, libertad, desarrollo económico, salud, educación y pensiones, entre otros, no pueden seguir esperando.
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