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Ser abogado: una profesión que se ama, por Pedro Pablo Vergara

«Es muy relevante que al elegir cuál es la mejor opción, el abogado no pierda de vista ni la técnica, que el Colegio le ayuda a dar, ni la ética, que el Colegio le exige respetar».

Un abogado o muchos abogados, la mayor parte los más jóvenes, pero también algunos no tanto, cuando les pregunto si están colegiados me responden: ¿y qué gano para mi profesión? O, ¿qué me dará el Colegio?

La respuesta es: muy poco, pero muy relevante.

Como las asociaciones gremiales tenemos poco que ofrecer, la pregunta siempre me deja un poco sorprendido, porque en verdad, la respuesta es: tenemos muy poco que ofrecer. No tenemos canchas para hacer deporte (al menos el Colegio de Abogados no tiene ni un taca-taca), ni casinos ni cafeterías. Algunos apenas ofrecen una tetera y café instantáneo del más barato, y solo si estás con las cuotas al día.

Atenazado por las nuevas elecciones del Colegio de Abogados —al que pertenezco con gran orgullo—, decidí poner por escrito este dilema. Entonces ¿para qué ser miembro de un colegio y, en particular, del Colegio de Abogados?

La respuesta es simple, pero no es obvia. Porque es importante que los que abrazan una profesión de la que viven, pero que, por sobre todo, aman, tienen que tener un espacio común en el que reunirse y acordar sus normas de ejercicio profesional, de desarrollo, de la mejor manera de hacerlo (la técnica).

Pero, tan o más importante, es que un colegio es el lugar en el que los profesionales se dan normas de buena conducta entre los que la profesan y a favor de quienes se ejerce (la ética).

Cada vez que esa asociación no ha existido o se ha desvirtuado, el resultado ha sido malo para la profesión. No quiero dar ejemplos, pero, queridos lectores, creo que cada uno debe estar pensando en uno. Exacto; ese es.

Es el cuerpo mayor que representa a todos los que le integran y que, por ende, por ser de mayor envergadura que el individuo, puede darle amparo o, al menos, servirle de caja de resonancia para tratar de ser oído. Eso no es mucho, estoy de acuerdo, pero créanme, si llegare a no existir esa caja de resonancia, ese apoyo a veces un poco tácito, pero existente, la posibilidad de ser avasallado por el poderoso se hará cierta.

Por eso, un Colegio no es lugar para que se privilegie la cuestión política menor o los deseos temporales de una minoría. Un colegio profesional cooptado sólo por esos fines pasa a ser otra cosa, inservible para lo que requiere el gremio. Mi amigo Bernardo (él sabe a quien me refiero) dirá: “Pero PP, ¡si eso es política! Puede ser, entonces preciso. No es política partidista. Es la política de los que están unidos por un vínculo absolutamente común: su profesión.

Y, no puedo dejar de decirlo, la colegiatura también impone deberes y límites: el abogado colegiado se somete voluntariamente a la vigilancia de un fiscalizador. Así es. Y bienvenida esa fiscalización a la profesión.

Porque ella me controla a mí, pero, y ahí está lo relevante, controla a mi colega con el que debo conjuntamente ejercer la profesión.

Es que, como explica Williams (WILLIAMS B. Jaime. Ética Profesional del Abogado. EJS Ediciones 2023), “los asuntos profesionales suelen tener más de una solución y en ellos se confronta el Derecho como Arte, la ética profesional y la moral del abogado”.

Es muy relevante que al elegir cuál es la mejor opción, el abogado no pierda de vista ni la técnica, que el Colegio le ayuda a dar, ni la ética, que el Colegio le exige respetar.

 

* Pedro Pablo Vergara fue Vicepresidente del Colegio de Abogados de Chile, es socio del estudio Rodríguez Vergara y Cía., y es profesor de derecho civil en la Universidad del Desarrollo.

 

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